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CINE ORIENTE

En lo que a España se refiere, la década de los 50 constituye para la cinematografía nacional una larga espera, una etapa de transición en la que el viejo cine, sometido a la tradición sostiene una industria incapaz de renacer a pesar de las medidas proteccionistas que la Administración promovió. Aparecen los finales inesperados, personajes con una moralidad oscura, enormes diferencias entre protagonista y antagonista, historiadores del cine moderno nombran esta etapa como ‘cine negro’.

 

El cine entró a Valencia en fiestas, especialmente con motivo de las ferias de Navidad y la de San Jaime en el mes de julio. Charles Kalb presentó el nuevo invento en el Teatro-Circo de Apolo en 45 funciones. Fue tal el éxito que a los pocos días los propietarios del teatro compraron un cinematógrafo y nació así la primera sala. Al Apolo le siguió el Princesa, cuyo propietario dio un paso adelante y se convirtió en el primer productor cinematográfico valenciano.

 

Además de las circunstancias económicas, también existía la necesidad de mostrar en el cine la mentalidad de la época. El cine fue una ventana abierta para el resto del mundo, junto con el teatro de comedia sirvió durante mucho tiempo como medio de distracción para que aquella gente delas clases más desfavorecidas olvidaran la situación socioeconómica producida por la época de post-guerra así como la dictadura del franquismo.

 

 

 

 

CRIMEN EN EL CINE ORIENTE

“Aunque había sucedido un par de años antes yo aún recordaba muchos detalles del crimen del cine Oriente, en la calle Sueca de Valencia. De pronto un día de junio todo el patio de butacas habían comenzado a oler de una forma insoportable y el dueño le dijo a la señora de la limpieza que se esmerara un poco más. Al principio se pensó que habría alguna rata muerta en algún rincón, y pese a que se trataba a un cine popular del barrio de Ruzafa donde graban tres películas por dos pesetas de entrada, muchos pensaban que no tenía por qué oler a rata muerta. Por esos días aparecieron por detrás de una tapia, cerca de la vía del tren de Barcelona, dentro de un saco, unas piernas cortadas con un serrucho la altura de las rodillas. Nadie dudó de que eran unas piernas de mujer que estaban depiladas y con las uñas de los pies recién pintadas. Poco tiempo después un perro solitario desenterró en un solar de la malvarrosa unos brazos serrados por las axilas que todavía llevaban pulseras de bisutería en las muñecas y algunas sortijas en los dedos.

 

A medida que iba avanzando el calor en Valencia el cine Oriente olía más profundamente a carne podrida. Aquel verano yo leía en el periódico Las Provincias que el dueño del cine pasó algún tiempo olfateando la platea y el anfiteatro hasta que su nariz lo llevó detrás de la pantalla y allí descubrió una caja metálica de galletas que contenía la cabeza de un señor cubierta de tierra. La mujer de la limpieza cantó enseguida. Ella vivía en la misma guardilla del local con un hombre separado, cosa que todo el mundo ignoraba. El era canijo y chulín, y por lo visto bebía. Cuando regresaba a casa muy borracho lo primero que le daba a la mujer una gran paliza antes de hablar y ella que estaba bien cuajada un día se hartó, le arreó una patada en la cruz de los genitales y al caer hacia atrás el tipo se desnucó contra la caja de herramientas que servían para arreglar las butacas del cine, pero la mujer creía que solo se había desvanecido, lo llevó a la cama y durmió toda la noche con el cadáver.

Al día siguiente comenzó a maquinar la forma de deshacerse del fiambre, ya que el muerto no se movía. Primero le depiló las piernas y los brazos, le pintó las uñas de los pies y las manos, lo adornó con joyas baratas para que lo confundieran con el cuerpo de una mujer si lo encontraban. Con un serrucho, una lima y un cuchillo dividió en varias partes a su compañero y metidas en sacos las fue repartiendo por distintos puntos de Valencia, las piernas junto a la vía del tren, los braos en un solar de la Malvarrosa, el tronco en un basurero de Nazaret, toda la ventresca bajo el puente de la Trinidad, pero la cabeza la ddejó a secar detrás del cine Oriente donde esa semana se echaban estas películas: La viuda alegre, Ivanhoe y El prisionero de Zelda, aparte de un Nodo en el que se veía a Ava Gartner  llegando por primera vez a Barajas. La homicida se llamaba María López Ducós y el muerto siempre había atendido al nombre de Salvador Rovira.”

 

Vicent, Manuel (1994), Tranvía a la Malvarrosa, Madrid, Santillana, pp. 37-39.

DEL CRIMEN AL CIERRE

Miguel Tejedor ha contabilizado más de 200 cines ("de cruces para dentro") de los cuales hoy día quedan solo siete. Sus años de existencia, las anécdotas que se vivieron en esos locales, los nombres de los arquitectos, los filmes que se estrenaron, todo está recopilado en un libro inagotable. Algunas historias son muy conocidas como el asesinato del cine Oriente, que dio pie a una novela y después una película, y que conmocionó la Valencia de los años cincuenta. Tejedor va más allá del suceso y narra cómo después los propietarios del cine lo rebautizaron San Carlos intentando salvarlo de la mala fama. Después, Acroy y más tarde Junior. En 1981 fue pasto de la piqueta y, como cantaba Serrat en 'Los fantasmas del Roxy', en su lugar se levantó un edificio de viviendas y en sus bajos una sucursal bancaria. 

 Miguel Fajardo, Vicent Martínez, Sergio Navarro, Paolo Fiarni y Patri Solaz

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